Publicado en El Periódico de Villena
http://www.elperiodicodevillena.com/n88323-Flores-concurso-de-relatos-breves-San-Valentin-2015.html
Las flores se han quedado ahora en una posición indefinida, ni de pie, ni tumbadas. Justo en el extremo de la mesa en el que no llega la poca luz que se cuela entre las rendijas de la persiana, bajada casi por completo. Y yo he insistido, sí, le he dicho que se quedara aquí un poco más, que los dos podíamos quedarnos también en esa posición, apoyados uno en otro. Pero nada. Ella tenía que levantarse. Se merecía ese pellizco en el trasero mientras se escapaba.
http://www.elperiodicodevillena.com/n88323-Flores-concurso-de-relatos-breves-San-Valentin-2015.html
Las flores se han quedado ahora en una posición indefinida, ni de pie, ni tumbadas. Justo en el extremo de la mesa en el que no llega la poca luz que se cuela entre las rendijas de la persiana, bajada casi por completo. Y yo he insistido, sí, le he dicho que se quedara aquí un poco más, que los dos podíamos quedarnos también en esa posición, apoyados uno en otro. Pero nada. Ella tenía que levantarse. Se merecía ese pellizco en el trasero mientras se escapaba.
Con esta penumbra, intento discernir las formas de los paisajes marinos,
infantiles, con un punto naif, de los dos cuadros de la pared de enfrente. Me
los sé de memoria, claro. Ya la primera vez me fijé en ellos y en sus tonos
casi exclusivamente primarios. Pero me gusta repasarlos otra vez ahora que esta
oscuridad les hace cómplices del exceso de sudoración que acaban de presenciar
y que, exhaustos ellos también, han perdido su color.
Aunque su lado de la cama se ha quedado vacío, los pliegues de las
sábanas aún conservan parte de sus formas. Las mismas sábanas azul turquesa con
bordado blanco de la semana pasada. Y de la otra. Y de la anterior. Mojadas de
su sudor. Impregnadas del olor de su sexo.
Tumbado, inmóvil, aún disfruto de ella.
Y ella en el baño. Con la puerta entreabierta, y esa luz amarilla que me
llega por el minúsculo pasillo. Tan limpia. No me importa. Apenas hemos
terminado y ya se levanta a lavarse. Claro que preferiría que estuviera pasando
sus manos también por mi pene, ya casi fláccido, como hago yo ahora. El sonido
de la cisterna coincide con el último tirón que me libra de la goma usada, y
parte de su contenido se derrama sobre mis muslos.
La floristería, dos calles más abajo, hace un rato, a punto de cerrar. Y
yo quiero preparar un ramo a mi gusto, a su gusto, y la dependienta que,
apurada, lleva su panza de un lado a otro de la tienda y apenas repara en mí. Pues
bien. Me llevo este de la entrada, entonces. La combinación de rosas rojas y
blancas, en número igual, bastará. No se moleste. No hace falta que me sonría
mientras busca el cambio en el bolsillo de su delantal. No hace falta que haga
como si no me conociera después de venir por aquí una vez por semana.
Ahora es la ducha. Escucho el chorro ponerse en funcionamiento e imagino
su cuerpo, aún desnudo, acomodándose bajo el agua. ¿Es necesario borrar así,
con tal rapidez, los restos de nuestro contacto? Mis dedos aún están llenos de ella. Sin mover
la cabeza, acerco la mano derecha a mi nariz y ahí está su coño. El mismo que hace
unos minutos se me tragaba, generoso, palpitante,
entre envites y gemidos que, al unísono, buscaban un final. Pero el final
después de ese final no es igual para los dos. Y de repente este espacio quedo,
este sudor pegado al cuerpo y esta cama inerte se vuelven un poco incómodos,
casi ridículos, como el reguero de semen que desfila por mi pierna y que,
haciéndome cosquillas, va a dar a las sábanas. El agua sigue corriendo.
Me pregunto qué habrá hecho con los ramos anteriores. El último, un
despliegue rojo intenso de claveles que hacía juego con su ropa interior. Y
antes de ese, unos tulipanes que querían abrirse anticipando quizá el regalo de
sus piernas. Tampoco es que haya mucho sitio aquí para ellos. O lo más probable
es que se hubieran marchitado y...
—¿Todavía estás así? — envuelta en una toalla, regresa del baño y me
habla sin mirarme —Vamos, vístete. Tengo prisa.
—No me has dicho nada de las flores.
—¿Las flores? ¿Qué quieres que te diga de las flores? Estoy hasta los
ovarios de tus flores.
—Yo pensaba que te gustaban.
—¿Gustarme? ¿Sabes qué es a mí lo único que me gusta? Que no me toquen
las narices después de trabajar. Eso es lo que me gusta.
1 comentario:
genial giro al final. Muy buena la estructura. Me gusta, sí, señor
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