lunes, 9 de junio de 2008

Montaña rusa


A pesar de que el parking está casi al completo el coche no tarda más de un par de minutos en encontrar sitio. El aparcamiento del parque de atracciones no es más que una gran explanada con pintura blanca en el suelo que delimita las plazas. Aun así, dejar el coche aparcado allí durante todo el día cuesta siete euros. Una de las puertas traseras es la primera en abrirse del todo terreno color verde botella y Andrea y Jorge salen por ella dándose codazos mutuamente. Unos segundos más tarde Miguel y Laura abandonan el vehículo tras comprobar que no dejan nada dentro.
- Mirad qué nubes. Va a ser difícil librarnos de un buen chaparrón hoy, ¿no creéis? – Miguel extiende su mano al aire para comprobar si empieza a caer agua.
- Miguel, cariño, no seas gafe, ¿quieres? – Laura sube la cremallera de su chaqueta hasta arriba y empieza a buscar en su bolso – Andrea, ¿dónde está el paraguas? ¿No me dirás que te lo has olvidado? Mira que te lo dije antes de salir…
Andrea está de pie, inmóvil, mirando hacia la entrada del parque.
No mamá, se me olvidó…- contesta sin girar la cabeza - iba a cogerlo y justo en ese momento me llamó Bea y…
- ¿Quién es Bea?- pregunta Jorge con voz de pito
- Es una amiga… pero ¿a ti qué te importa?
- Andrea, ¿es que no puedes ser un poco más educada con tu primo? – replica Laura con tono grave – Que conste que no me vais a dar el día ¿eh?
- Me temo que es un poco tarde para eso, cariño – Miguel cierra el todo terreno y se acerca jugando con las llaves en la mano – A nosotros hoy nos toca callar y aguantar. Ya te lo avisé anoche.
- Que les traigamos al parque de atracciones no significa que puedan hacer todo lo que quieran – Laura encuentra un pequeño paraguas plegable que llevaba en el interior de su bolso y se lo acerca a Andrea.
- No, gracias mamá, prefiero mojarme – la chica tiene la vista fija en la montaña rusa que se divisa al fondo del parque. Sus cimas sobresalen por encima del resto de atracciones, como los lomos de de un pez que se eleva por encima de las aguas.
- ¿Lo ves? Te dije que era enorme. Aquél debe de ser el punto más alto – Miguel se acerca a su hija por detrás y la rodea con el brazo – Dicen que sólo hay una más alta en toda Europa. No irás a tener miedo ahora ¿no?
Andrea no dice nada. Siente una nausea en la boca del estómago e instintivamente se lleva la mano a la boca.

Para montar en los coches de choque hay que esperar una cola de veinte minutos. Miguel saca dos fichas y le da una de ellas a Andrea. El pitido del siguiente turno suena tan alto que apenas pueden oírse los gritos de entusiasmo de la gente que corre en busca de un coche vacío. Miguel coge a Jorge de la mano y se abalanzan sobre uno azul oscuro que ha quedado parado justo a su lado. Laura y Andrea se mantienen apoyadas contra la valla que rodea la pista, prudentes espectadoras y animadoras. Andrea sujeta con fuerza la ficha en su mano, pero no se mueve del lado de su madre. Miguel tiene las manos en el volante, esperando que el coche empiece a moverse. Gira la cabeza para saludar y se da cuenta de que Andrea se ha quedado fuera, inclinada sobre la valla y con la mirada perdida.
- ¡Vamos, hija! ¡No te quedes ahí!
- Venga, ¡no seas tonta! – su madre responde al comentario dándole un empujoncito en la espalda.
Andrea se incorpora sin decir nada y de mala gana entra en la pista. Un coche rosa ha quedado vacío en una esquina. Mientras se dirige hacia él, los demás coches empiezan a moverse. Una melodía resultona y alegre sale por los altavoces de la pista. Dos coches pasan a su lado tan cerca que están a punto de hacerle perder el equilibrio, pero ella sigue con su paso lento en dirección al coche rosa. Miguel y Jorge hacen una maniobra para esquivarla y le dedican un grito de ánimo con tono de desafío que no encuentra respuesta. Su mano sudorosa introduce la ficha en la ranura del coche, pero éste no se mueve. Andrea resopla. Los coches corren por la pista de aquí para allá. Con bruscos volantazos van buscando el choque con los demás, sin importar si son conocidos o no. Cuanto mayor es el impacto, mayor parece la sonrisa de sus ocupantes. Andrea sigue parada en una esquina. Pisa el acelerador con fuerza pero el coche sigue sin arrancar. Desesperada, gira la cabeza para buscar la mirada de su madre, pero ahora no le está prestando atención. De repente, el coche de choque rosa suelta un pequeño sonido metálico y se pone en funcionamiento. Andrea, sorprendida por el brusco arranque, se agarra con fuerza al volante y acelera a fondo con intención de colisionar violentamente con el primer coche que aparezca en su camino.

Mientras sus padres descansan un rato sentados en un banco, Andrea juega con Jorge a perseguirse en una de las plazas del parque. Ahora es Andrea la que es perseguida por su primo y finge que corre a toda velocidad para hacer creer al niño que puede cogerla en cualquier momento. De un salto se encarama al borde de la fuente que preside el centro de la plaza. Se detiene para dar un momento más a la persecución, pero antes de poder continuar las vías de la montaña rusa aparecen en su vista por encima de los árboles que rodean la plaza. Su primo ha llegado ya a su altura y grita ‘¡te cogí!’ mientras tira con fuerza de sus pantalones. Pero Andrea no hace caso. Sus piernas se han quedado quietas y sus brazos han perdido la tensión. Al fin, Jorge sube a su altura y mira en la misma dirección que la chica. Sus ojos admiran encendidos la montaña y vuelven después a su prima, que sigue absorta y sin reaccionar. ‘A ti te van a dejar montar, ¿verdad?’

A media tarde las avenidas que recorren el parque están llenas de gente. El sol brilla por primera vez en el día y las chaquetas y abrigos dejan paso a las mangas de camisa. Andrea camina varios pasos por detrás de los demás, levantando la cabeza sólo para cerciorarse de que no les pierde de vista. Miguel señala hacia el final de una calle donde hay un par de mesas libres en la terraza de un bar.
Mientras toma nota de los pedidos, el camarero, un chico delgado con la cara llena de granos, no deja de mirar en dirección a los botones de la camisa de Andrea.
- Dos cañas, por favor – Miguel cruza las piernas y saca un cigarrillo de la cajetilla – Bien frías.
- Yo quiero un helado – Jorge ha fijado su vista en el cartel de los helados que está colgado en una de las columnas de madera de la terraza.
- Está bien. Anda, levántate y mira a ver cuál quieres. ¿Tú qué quieres Andrea?
Andrea está jugando con su móvil.
- Nada – contesta mientras sus dedos siguen moviéndose a toda velocidad por las teclas del teléfono.
A las dos primeras cañas les siguen otras tantas. Jorge aún tiene su copa de helado a medias, pero Andrea le coge la cuchara cada vez que se despista y le roba un poco de helado. Él protesta un par de veces, pero no le hacen mucho caso. Cuando ya se ha cansado de fastidiar a su primo, coge el vaso de cerveza de su madre y le da un trago.
- Andrea, ¿Qué crees que estás haciendo? – su padre le reprime desde el otro lado de la mesa.
La chica sube los pies encime de su silla y gira el cuerpo en dirección contraria, mirando a un grupo de nubes que se han quedado solas en medio del cielo.

El día ha sido largo y todos están cansados después de los paseos y la emoción de las atracciones. Aun así, todavía queda una en la que no han montado. Andrea tira esta vez del grupo con pies impacientes, mientras el resto le sigue con cierta inercia.
- Hija, ¿no hemos tenido ya bastante?- Laura protesta con poca convicción
- ¡Yo me quiero ir a casa! - Jorge ha dejado de andar y se dirige a un banco al lado del camino
- Bueno, creo que ha llegado el momento de los aventureros de verdad – Miguel coge a su hija de la mano – Yo me montaré contigo ¿qué me dices?
Mientras Laura y Jorge se quedan esperando sentados, Miguel y Andrea se dirigen a la cola de la montaña rusa. Miguel intenta bromear para hacer la espera menos tensa, pero Andrea no le escucha. Las palabras de su padre entran por su oído igual que el sonido de los pájaros a lo lejos. Lo único que puede escuchar con claridad son los latidos de su corazón, rápidos y punzantes.
Con los tickets en la mano, se posicionan en la línea de espera para la llegada del siguiente turno. Andrea tiene la cabeza baja, la mirada fija en el suelo de madera.
- Papá… tengo miedo.
- Jajajá. No pasa nada hija. La primera subida te va a parecer eterna, pero después ni te vas a enterar. Ya verás – Miguel lleva su mano al pelo de Andrea en un gesto cariñoso.
El tren llega a su lado y se para. Los anteriores ocupantes dejan sus asientos mientras respiran hondo o se llevan las manos a la frente. Padre e hija se sientan en el pequeño vagón metálico que queda libre a su lado. Andrea está casi tiritando. Su padre se inclina sobre ella y le da un beso en la frente. El sistema de seguridad del vagón se cierra a la altura de sus hombros y todo el tren comienza a moverse muy despacio.
- Agárrate fuerte. Esto va a empezar- dice Miguel con una sonrisa en su cara.
El tren comienza a inclinarse en su lento recorrido hacia la primera cima. Andrea siente un pinchazo en el estómago y baja la mirada. Una pequeña mancha roja ha aparecido en el asiento del vagón, justo debajo de sus pantalones vaqueros. El vagón se para por un instante, se inclina hacia delante y se desliza hacia abajo a toda velocidad en una caída libre. Andrea abre por fin la boca y rompe en un grito que sale directamente de su estómago.

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