Había
pasado las vacaciones jugando: saltando, corriendo, trotando. Y
cayendo. Tenía brazos y piernas llenos de moratones, heridas y costras, y
ansiaba volver a ver a sus amigos del colegio para enseñarlos, como
trofeos de guerra. Cuando llegó el primer día de clase, ya se habían
curado.
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