Vio en ella la portada perfecta. Pero cuando la abrió y comenzó a leerla, observó que no todas sus páginas le gustaban por igual. Decidió entonces arrancar todas aquellas que le sobraban, que no compartía, hasta quedarse solo con las que consideró esenciales. Y cuando quiso leerla de nuevo, se dio cuenta de que había dejado de tener sentido.
hay palabras que salen, de la nada, para juntarse, transformarse, e ir dando forma a esa red personal que uno va llenando de conversaciones, de días, de pasos. hay otras que caen en una red más grande y se hacen un poco de todos.
sábado, 28 de noviembre de 2020
sábado, 24 de octubre de 2020
Azúcar en el café (microrrelato)
Cada vez que se ponía un café, removía el azúcar en sentido contrario a las
agujas del reloj. Contraviniendo así el consejo de su madre: "Eso hará que se
deshaga más fácilmente". Pero hacerlo de esa manera le hacía sentir más libre.
Como si a cada vuelta de cuchara se quitase un peso de encima. A pesar de que su
madre hacía ocho años que había fallecido.
lunes, 7 de septiembre de 2020
La idea del otro (microrrelato)
A ella le gustaban los maduritos
seguros de sí mismos. A él, las jóvenes con cara de inocentes. Y con esa idea
del otro convivieron varios años. Hasta el día en que ella le propuso probar un
intercambio de parejas, y él se negó.
sábado, 22 de agosto de 2020
Limpieza (microrrelato)
Quiso limpiar la casa. Librarse de todo lo que ya no le valía. Meter en la basura lo que era viejo, o estropeado, o ya no le gustaba. Pero cuando acabó, no supo cómo cerrar la bolsa desde dentro.
miércoles, 26 de febrero de 2020
Zona de confort (microrrelato)
Animado
por un curso de coaching, tres artículos de internet y unos cuantos comentarios
en Facebook, decidió salir de su zona de confort. Pero fuera de ella, todo se
le hizo demasiado incómodo, demasiado difícil, demasiado ajeno. Cuando quiso
regresar, descubrió que otro hombre ya se había sentado en su zona.
martes, 28 de enero de 2020
Existir
Este yo que ves no soy
yo, porque yo dejé de existir.
Este yo que ves es Sagata
Nakari. Pero Sagata Nakari no soy yo. Porque yo dejé de existir para que Sagata
pudiera hacerlo.
Sagata Nakari es una
bella princesa a punto de ser desposada. Al principio, en la primera versión,
Sagata se negaba a casarse. Pero el texto cambió, y Sagata acabó por contraer
nupcias a regañadientes, porque el director consideró que sería más beneficioso
para la historia.
Sagata Nakari aparece cinco
días a la semana sobre el escenario del teatro Kabukiza de Tokio. A las cuatro
y media de la tarde, sin retraso, ella abre el primer acto de la obra. Y poco
más de una hora después, ella también cierra el último. Durante casi todo ese
tiempo se dedica a dejar en ridículo a su necio marido, para deleite de un público que llena las gradas del teatro.
Sagata Nakari no aparece
solo sobre el escenario del teatro Kabukiza. También aparece una vez a la
semana por televisión. Su papel se ha convertido en un éxito que alcanza ahora a
todos los hogares del país, y su lucha doméstica frente al dominio masculino ha
dado lugar a una colección de muñecas Sagata Nakari, un manga de Sagata Nakari
y un set de maquillaje Sagata Nakari.
Cuando ves a Sagata
Nakari me estás viendo a mí, Bando Kinoji. Bando Kinoji es el actor que representa
a Sagata. Pero Bando Kinoji tampoco soy yo. Porque yo dejé de existir para que
Bando Kinoji pudiera hacerlo.
Bando Kinoji es un
onnagata, actor especializado en papeles de mujer, ya que en el teatro kabuki
solo pueden actuar hombres. Bando Kinoji es el onnagata más famoso del país, y
cuenta en su haber, además de los principales galardones teatrales a nivel
nacional, con la distinción de Caballero de las Artes y las Letras. Bando
Kinoji es también empresario, bailarín y director de cine.
Cuando Bando Kinoji se
levanta en la cama del apartamento situado en el último piso de un céntrico
rascacielos de Tokio, observa la ciudad a través de un ventanal que ocupa toda
la pared. Poco después desayuna en la misma cama. Todos los días, una bandeja
con té, fruta fresca y pescado crudo es llevada a sus pies por alguno de sus
sirvientes.
Bando Kinoji también
tiene chófer, pero normalmente es él mismo quien conduce el deportivo italiano
por las calles de la ciudad. Cuando la gente reconoce a Bando por la calle, se
agolpa a su alrededor. Entonces todo se llena de flashes que saltan, voces que
aclaman y manos que piden un autógrafo.
Cuando ves a Bando Kinoji
me estás viendo a mí, pero Bando Kinoji no es mi nombre. Porque mi nombre dejó
de existir para que Bando Kinoji pudiera tener uno.
Mi nombre real no importa
ya. Mi yo real no importa ya. En el recuerdo borroso de mi yo real aparecen cosas
sacadas de un baúl que fue cerrado con llave. En ese innecesario recuerdo
aparecen las risas de los niños y niñas de mi clase. Aparecen unos padres que no
entienden. Las disputas en casa. Los golpes en la mesa. Los gritos de
desaprobación. Aparece el pequeño espejo en la pared de mi habitación en el que
evito mirarme. Aparecen las dos coletas cortadas de un tajo y tiradas por la
taza del wáter. Aparece una escapada en mitad de la noche sin saber a dónde
escapar. Y más tarde, casi perdidos ya en la memoria, aparecen los tests
hormonales. Los andrógenos. Aparece un quirófano, una histerectomía, una
anexectomía y finalmente una mastectomía. Y del quirófano, a la escuela de interpretación.
A los primeros ensayos. A la primera representación en público. A los primeros
aplausos. Hasta llegar al shumei, la ceremonia kabuki en la que se adopta el
nombre artístico. La ceremonia en la que mi nombre deja de existir para que
pueda existir el nombre de Bando Kinoji. Para que pueda existir Sagata Nakari,
las muñecas Sagata Nakari, el manga de Sagata Nakari y el set de maquillaje
Sagata Nakari. Para que puedas ver al yo que siempre quise que se viera. Aunque
yo haya dejado de existir.
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