Cuando la enfermedad de su madre hizo que perdiera la cabeza, se dio
cuenta de que ya no podría decirle todo lo que se había guardado durante
años. Para ella, ahora, un día él era el primo segundo del pueblo. Al
día siguiente, el carnicero de la esquina. Y aunque no pudiera
reconocerle, observó que ella ya no rechazaba todos los besos y abrazos
ausentes en el pasado. Y nunca fue tan triste como entonces, viéndola
desaparecer poco a poco. Y nunca fue tan feliz como entonces, estando
más cerca de ella de lo que nunca lo había estado.
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